QUE VER... ¡MADRID! |
Fue trazada durante el reinado de Carlos III como parte de las obras de ordenación del Paseo del Prado. El proyecto fue iniciado por José de Hermosilla bajo la supervisión del Conde de Aranda y a su muerte lo continuó Ventura Rodríguez, quien se encargó del diseño de la fuente, junto con las de Neptuno y Apolo.
Esculpida en mármol de Montesclaros, en Toledo, y piedra de Redueña, en la Sierra de Madrid, está dedicada a la diosa mitológica Cibeles, símbolo de la Tierra, la fecundidad y la agricultura. Consiste en un gran pilono circular sobre el que se sitúan unas rocas que hacen de soporte al carro de la diosa, el cual está tirado por dos leones, que representan a los personajes mitológicos Hipómenes y Atalanta.
Según la mitología, Hipómenes se enamoró de Atalanta y consiguió sus favores con la ayuda de Afrodita y del truco de las manzanas de oro, pero al cometer los amantes sacrilegio cuando se unieron en un templo de Cibeles, Zeus se enfureció y les convirtió en leones condenándoles a tirar eternamente del carro de la gran diosa. Sentada en el carro aparece la diosa Cibeles vestida con un fino manto.
En la mano derecha sostiene un cetro, símbolo del poder universal, mientras que con la izquierda muestra las llaves de la ciudad. En el pedestal figuran un mascarón, que echa agua por encima de los leones, y una rana y una sepiente.
Las obras finalizaron en 1792, situándose en un principio a la entrada del Paseo de Recoletos, mirando hacia Neptuno. En 1895 fue trasladada a su emplazamiento actual.
No era sólo un monumento, sino que tenía la utilidad de que de sus dos caños bebía la población de Madrid, incluso los animales podían beber del pilón. Se decía que el agua de la fuente tenía propiedades curativas. Sin embargo los caños eran de difícil acceso, por lo que posteriormente fueron sustituidos por dos figuras: un oso y un dragón. Cuando posteriormente se trasladó la fuente al centro de la plaza, sufrió algunas modificaciones, perdiendo el oso y el dragón, puesto que la mayoría de las casas ya tenían agua corriente, y se rodeó con una verja para impedir el acceso a la misma. Además se añadieron dos amorcillos: uno que vierte agua de un ánfora, y otro que sujeta una caracola. Para suplir la falta de acceso, se creó una fuentecilla con un caño en una de las esquinas de la plaza, en la del actual Palacio de Comunicaciones.